Acaba de morir
mi alma y le hace un cortejo mi guitarra.
El llanto
convulsivo de mis penas y el largo silencio de esperanzas, es la corona
desteñida, mustia de ilusiones ya pasadas; que se enquistan en mi como gusanos
deseosos de poner fin, a lo que resta de la nada.
Rosa de amor,
idolatrada, clavaste tus espinas sin compasión de mis pobres carnes allagadas.
Me diste tu
perfume, tu color, el placer de saberte inmaculada, y hoy me hieres despiadada
rompiendo el puente de cristal que conduce a los brazos de mi amada.
Tiembla mi
cuerpo, mis manos, mis piernas no sustentan esta desfalleciente figura
despojada de alma.
Caeré por fin
en un lugar cualquiera, un lugar que sea cementerio de mi alma; y allí,
florecerá una rosa, una rosa roja como una llamarada…y llevará tu nombre…
Ese nombre que
como un estandarte de victoria alguna vez enarbolara y que hoy está ahogado en
un mar de angustias y de lágrimas.
¡Adiós! Palabra
que marca despedida.
¡A Dios! Como un
ruego para que detengas tu partida.
Solo el tiempo
inexorable de la vida ha de prenderle velas a este muerto, a este muerto en
vida.
Y se han de
iluminar las sombras con titilante y desfalleciente lámpara, y el fantasma de
mi interior deambulará como un loco, por doquier, buscando encontrarla.